¿Fidelidad a las instituciones o a las personas?

Eran las 9 de la mañana, como todos los martes, asistíamos a clase de cuarto curso en nuestra universidad, el profesor se dirigió a nosotros anunciándonos un futuro apocalíptico del centro universitario en el que cursábamos nuestros estudios, nos dio a entender que en su interior todo era desorganización, descontento y crisis económica y nos transmitió su deseo de cambiar de centro. Naturalmente nos convocó para sacarnos de aquella situación e invitarnos a que "saltáramos" todos de aquel tren, que según él iba a descarrilar.

Todos nosotros asistimos a la convocatoria del profesor para apresurarnos a salvar nuestra situación antes de que fuera tarde y muchos de nosotros mostraron su apoyo al proyecto y empeñaron su palabra en realizar el cambio.

El curso terminó y después del verano nos dispusimos a matricularnos en el siguiente curso para así terminar nuestros estudios. Influenciados y convencidos por sus presagios nos disponíamos a solicitar nuestro cambio de expediente a otra universidad y la matricula para el siguiente curso. De repente recibimos una convocatoria del centro en el que, hasta ahora, habíamos cursado nuestros estudios. Nos anunciaban que vendría el Rector y el nuevo coordinador.

La situación era muy sencilla, nos encontrábamos ante la duda de cambiar de universidad y seguir a aquel especie de Mesías o seguir en el centro que se había encargado hasta ahora de nuestra formación. La cuestión era compleja, ¿debíamos fidelidad a la institución o a la persona?. Debo confesar que al principio me costó mucho aclarar esta disyuntiva pero finalmente me decidí por seguir en la universidad en la que cursaba mis estudios, me costó prestar mi fidelidad a la institución en lugar de a la persona.

Algunos alumnos estaban convencidos de que habían dado su palabra al profesor para seguirle y ahora no podían volverse atrás, esto me desconcertó, parecía como si traicionáramos a aquel que nos había tratado de advertir de los peligros de la institución que hasta ahora le había acogido, empleado y pagado, pero rápidamente despejé mi mente al pensar tres cosas,¿Acaso no estábamos rompiendo nuestra palabra con el centro anterior? ¿De haber sabido que nuestro Rector garantizaba nuestra formación hasta el final hubiéramos empeñado nuestra palabra?. ¿Es lógico deber fidelidad a una persona que ha sido infiel con su institución?. ¿No hubiera sido mas noble haber dejado su puesto de trabajo y después hacer su marketing, en lugar de vender otra universidad mientras le pagaba la suya?.

Cuando una palabra se empeña hay que pensar si no estamos rompiendo otra anterior y si no es así hay que cumplirla, pero cuidado que no nos engañen para tomarla cautiva. Creo que he hecho lo correcto, esta vez he sido fiel al centro que me ha acogido desde el principio porque en este centro también hay personas y mi fidelidad hacia él también es fidelidad a esas personas.